Anaga, una de las reservas de la biosfera más espectaculares de Canarias, desbordada de visitantes desde el confinamiento

Basura desperdigada junto a un sendero en pleno Parque Rural de Anaga, en Tenerife.

Álvaro Morales

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En pleno debate sobre el modelo de desarrollo en Canarias, sobre la masificación, el reparto de la tarta turística y la capacidad de carga de las Islas, existe una reserva de la biosfera que lleva tiempo convertida, como tantos otros parajes naturales isleños, en gran ejemplo del colapso y de esa muerte por éxito turístico que tanto se esgrime. El macizo de Anaga, que comparten Santa Cruz de Tenerife, La Laguna y Tegueste, no solo es uno de los referentes de la laurisilva y el monteverde más importantes de Europa, junto con el Parque Nacional de Garajonay (La Gomera, reductos embrujadores y mágicos del periodo terciario), sino que posee numerosos caseríos, pueblitos, rincones y playas paradisíacas (antes más, claro) que, si no se visitan, se puede decir que no se ha estado de verdad en Tenerife.

Sin embargo, esos innegables e impresionantes encantos tienen una vertiente perversa: los fines de semana ya casi no caben los coches (guaguas turísticas y autocaravanas incluidas), las colas para bajar a Taganana y las playas del Roque de Las Bodegas o Benijo soliviantan a los vecinos incluso entre semana, resulta muy difícil comer en sus restaurantes si no se ha reservado antes y las consecuencias del colapso se perciben también en la creciente basura en el monte, en sus senderos y en las constantes acampadas ilegales de cada vez más turistas con sus casetas a cuestas.

Así lo denuncian, de forma anónima, personas que conocen a fondo el día a día de este paraje embriagador y el estado actual de los servicios y la protección, aunque también una vecina que casi ejerce de alcaldesa pedánea, en este caso del caserío más cercano al célebre faro de Anaga, el más antiguo de Canarias (se concluyó en 1863). 

A sus 65 años, Doña Juana, conocida familiarmente como Guaita, lleva 35 regentando el bar Álvaro, ya casi sin ayuda, salvo los domingos, cuando le echa una mano una de sus hijas. Este negocio ejerce casi de tagoror local. Lo heredó de su tío y es el único de esta zona, donde acaba la carretera y siguen desplegándose los senderos hacia diversos sitios, sobre todo hacia el litoral. Esto lo convierte, por supuesto, casi en casa de socorro (ha curado a infinidad de accidentados) y referente para cualquier emergencia o información. 

Algunos de sus platos, como las papas con carne o las garbanzas, son muy reconocidos y hay días que trabaja más de doce horas seguidas de la gente que recibe. Según recalca a esta redacción, “todo ha cambiado desde el confinamiento. Despúes de la pandemia, esto ha crecido como nunca y cada vez vienen más visitantes, tanto turistas extranjeros como de la Península o de otras Islas. Son tantos, que ya no vienen los caminantes de Tenerife que solían pasarse antes. El problema son las consecuencias, en forma de atascos, basura por todos lados, cada vez más acampadas ilegales y, en definitiva, un desborde total. De hecho, muchas veces tengo que poner conos para organizar los aparcamientos y que no se colapse esto más, algo que no tengo por qué hacer yo, pero es que tampoco hay nadie que lo haga. Estoy como de guardia, pendiente de todo”. 

“En Anaga –continúa-, se necesita ahora mucha más vigilancia policial por este colapso y porque los montes, por este calor y porque ya casi no llueve, son gasolina. Encima, estamos aislados respecto a todo, se tarda una hora hasta San Andrés y Las Teresitas, la guagua tiene muy poca frecuencia y sus horarios habría que cambiarlos (una parte a las 5 de la mañana desde Santa Cruz y otra, a las 3 de la tarde) porque no benefician ni al que viene ni al que va”.

“El gran alivio es que no hay internet”

Según subraya, la gran ventaja de Chamorga (donde viven 19 personas), el gran alivio que hace que la situación no sea aún peor, aunque sí en el resto de Anaga, “es que aquí no hay internet, ni quiero que haya nunca. Esto hace –explica- que muchos extranjeros no quieran quedarse, al no encontrar cobertura. De hecho, y tras caminar horas por los senderos, vienen reventados y desesperados al bar con ganas de irse porque no tienen internet. Yo sí tengo ADSL en casa para poder contar con datáfono en mi negocio, pero seguimos usando una emisora (la tiene junto a las neveras) para cualquier urgencia. A veces, me pregunto cómo aguanto tanto. Por supuesto que los negocios de Anaga se mantienen por los turistas. De hecho, los vecinos de Chamorga casi no consumen en mi bar, pero esto se ha ido de las manos”.

“La gente que viene es diferente a la de antes –añade-. Vivimos  en una sociedad difícil de echar a andar. Muchos quieren hacer lo que les da la gana. Acampan donde les da, a cualquier hora ves pasar a gente con casetas; algunos limpian, pero muchos no. Dejan los coches donde quieren, les da igual que no se pueda porque no ven vados, pero no entienden que taponan la salida y a los vecinos. Antes había más presencia policial y guardas forestales. Ahora, los mandan a las playas y, en Chamorga, no se ve a nadie ni de noche ni de día. No es culpa del trabajador, sino de quien lo manda. Esto está de la mano de Dios”.

A su juicio, y porque se redujeron los apartaderos para los coches, las zonas para aparcar y las opciones para ampliar su número, “todo empeoró desde que se declaró Anaga Reserva de la Bioesfera”. Aunque esa figura se supone que refuerza la protección, a su juicio eso se contrapone con la carencia de vigilancia y control y con el actual desborde de visitantes “desde el confinamiento, como que la gente ha buscado la naturaleza más que nunca”. En este sentido, cree un ejemplo el Parque Nacional de Garajonay y envidia cómo lo vio tras un reciente viaje de unos ocho meses. “Es el ejemplo a seguir para combinar todo bien porque aquello da gusto, pero en Anaga se produce todo lo contrario”.

En plena polémica por el modelo de desarrollo y la masificación de Canarias, Anaga y estas vivencias a diario de una de sus, en la práctica, “alcaldesas pedáneas”, aunque sólo sea simbólicamente, sirve de excelente botón de muestra de si se está muriendo o no de éxito turístico.

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