Alimentación y desarrollo personal

Alimentación y desarrollo personal

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Uno de los más irreprochables escritores en lengua inglesa fue Joseph Conrad* (1857-1924). Nació en la pequeña ciudad de Berdyczów, entonces perteneciente a la Polonia ocupada por los rusos, y hoy a Ukrania. Sin embargo, su objetivo personal fue huir a los países del occidente de Europa, en los que creía que el ser humano se podía sentir más libre, consiguiendo finalmente trabajo como marinero en una compañía inglesa. Aprendió inglés leyendo a los clásicos, y terminó escribiendo con fluidez en esa lengua.

Destaca en sus obras una variada galería de tipos humanos, cosa que no es de extrañar si se tiene en cuenta su capacidad de percepción y la cantidad de países que visitó a lo largo de su vida, incluido el nuestro. No deja de ser interesante la relación que establece entre el desarrollo personal de los seres humanos y su forma de acción y comportamiento –hecho en el que solía incidir el profesor Valverde en sus conferencias sobre literatura inglesa-. Una de las cosas que decía Conrad es que el buen marino es el que sabe conducir bien su nave en medio de la tempestad y tener paciencia en los periodos de calma chicha –hay que tener en cuenta que sus primeros viajes fueron en barcos de vela y después mixtos; vela y vapor-.

Una vez llegados a este punto, voy a retrotraerme hasta la transición, momento en el que me encontraba dando clase en un instituto. Resulta curioso que por entonces leí algunas obras de Conrad, y me topé de repente con que todo lo que allí exponía sobre los seres humanos lo tenía a mí alrededor. Es decir que todos aquellos que hablaban de libertad y derechos eran los que más limitaciones tenían, tal y como decía Ayn Rand –Alisa Zinovievna Rosenbaum-; testigo de la Revolución Rusa. En las comidas siempre pedían lo mismo, y del mismo modo, en cualquier conversación siempre repetían lo mismo -¡la seguridad que concede la ignorancia a los ególatras que se creen los reyes del mambo; que por supuesto siempre creen tener razón!-.

Vivimos un momento en el que nuestros escolares y universitarios –aquellos cuyas familias no son víctimas de la indecencia política- conocen otros países mediante viajes de estudio y becas Erasmus, lo que en muchos despierta la curiosidad y el afán de saber y conocer, y en otros el afianzamiento a su escaso desarrollo.

Decía uno de los profesores que tuve de educación física en la adolescencia, que ser partidario de un equipo –naturalmente se refería al balompié- y no practicar deporta alguno, era como creerse un campeón y no entrenar jamás; lo que según él, podría llevarnos situaciones violentas por exceso de conceptos y falta de realidad.

A nuestro alrededor tenemos muchas personas que un día decidieron apuntarse a un curso y descubrieron después de las primeras clases que les gustaba aquello, a otros les sirvió para darse cuenta de que no era eso exactamente, pero cambiaron y encontraron su camino. Todo ello se debe a que el hemisferio racional y el emocional intuitivo no estaban suficiente conectados, ¡pero la práctica acaba por resolver el problema, de laa misma manera que el ejercicio físico descarga la cargazón mental!

Aprender a comer es cultura, humanidad, huir del siempre lo mismo, y por último “sentir” los alimentos, ya que las moléculas que los componen pueden entrar en resonancia. Quienes son esclavos del siempre lo mismo, o de una dieta rígida –carente de realidad y de emociones-, demuestran la falta de elasticidad que caracteriza al ser humano que intenta realizarse.

*Se llamaba en realidad, Józef Teodor Konrad Konzeniowski.

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