Logroño se engalana por el Corpus

Logroño se engalana por el Corpus

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Este domingo Logroño ha celebrado el Corpus Christi. Este día solía ser el jueves después de la solemnidad de la Santísima Trinidad y después del domingo de Pentecostés, es decir, esta festividad se celebra 60 días después del domingo de Resurrección. Aunque en un principio esta festividad es el jueves, en los lugares en que no es festivo se traslada al domingo siguiente.

Corpus Christi, en latín, “Cuerpo de Cristo” o Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, antes llamada Corpus Domini “Cuerpo del Señor”, tiene la principal finalidad de proclamar y aumentar la fe de los católicos con la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento.

En la celebración del Corpus Christi se realiza una procesión en la que el Cuerpo de Cristo, la hostia, suele salir con toda solemnidad por la calles de la ciudad. Otra de las costumbres en esta festividad es que los vecinos de la ciudad decoren los balcones con flores y adornos o emblemas de entidades y asociaciones religiosas.

La calle Portales de Logroño se ha engalanado desde primera hora de la mañana con un colorido y meticuloso manto de flores, que ha congregado a numeroso público hasta que ha salido la procesión, momento en el que las alfombras desaparecen al paso de la misma.

La historia del Corpus Christi

Esta celebración se remonta a los años 1192-1258. En 1264 el papa Urbano IV extendió a toda la Iglesia la fiesta del Corpus Christi que ya se celebraba en Lieja (Bélgica) desde 1246. Sin embargo, Daroca (Aragón) fue la primera población de España, y posiblemente del mundo, en la que desde veinticinco años antes ya se celebraba una fiesta pública en honor del Santísimo Sacramento.

Un de sus historias cuenta que en 1239, el párroco, don Mateo Martínez, celebró una misa en la que iba a consagrar, además de la suya, seis hostias para la comunión de los capitanes de las tropas cristianas que se preparaban para conquistar el castillo de Chio que estaba en esos momentos en poder de los árabes.

Sin embargo, hubo un ataque inesperado de los moriscos, e inmediatamente después de la consagración obligó a todos a abandonar la misa y a enfrentarse a los atacantes. El sacerdote comulgó rápidamente y, para que las seis hostias recién consagradas no fueran profanadas, las ocultó bajo unas piedras.

Tras la lucha y tras lograr la victoria, cuando el sacerdote regresó al pedregal para recuperarlas, las encontró teñidas en sangre y pegadas a los corporales en los que habían estado envueltas. Estos fueron a partir de entonces como la bandera que animaba a los soldados cristianos en sus luchas contra los enemigos de la fe en un tiempo en el que la península ibérica estaba sometida al Islam.

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