¿En qué hemos convertido los cumpleaños infantiles?

¿En qué hemos convertido los cumpleaños infantiles?

Rioja2

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Atrás quedaron las reuniones familiares con cuatro amigos de clase para celebrar los cumpleaños. La cazuela de chocolate, los emparedados caseros y los juegos en el parque han pasado a la historia. Ahora, desde una edad bien temprana, los cumpleaños son a lo grande. De hecho, cada vez hay más establecimientos especializados en este tipo de eventos. El cumpleaños de mi hijo ¿es suyo? ¿Se nos van de las manos los cumpleaños infantiles?, son las preguntas que se plantea la psicóloga Laura Perales.

¿Es el niño el que quería todo esto?

Lo que 'se lleva ahora' son las fiestas por todo lo alto, infinidad de regalos costosos, multitud de invitados... “Ostentación, ruido ensordecedor, tensión. ¿Es el niño el que quería todo esto o muchas veces somos nosotros, los padres, los que necesitamos aparentar y quedar bien?”. En este sentido, esta experta asegura que “nuestra infancia ha calado hondo. Nos han enseñado que nuestro principal cometido en la vida es adaptarnos a lo que piensen los demás, a su aprobación, pasando por encima de lo que de verdad importa”.

Hasta el punto, añade, “de anular nuestro verdadero yo. Ahora nos hemos convertido en adultos que dependen de ese juicio ajeno, y en lo que respecta a nuestros hijos, necesitamos convertirles en un escaparate de esa necesidad. Ellos deben ser los mejores en todo, los que más destacan, los que tienen mejores bienes materiales para enseñar, los de la mejor fiesta. Pero sin tenerles en cuenta a ellos, ni que cada niño es diferente, que no hay nadie mejor o peor, simplemente potenciales individuales distintos”.

“Invitamos a toda la clase porque hay que quedar bien con todos los padres”

Y es que ahora, “invitamos a toda la clase porque porque hay que quedar bien con todos los padres”. Sí, está muy bien “para que ningún niño se sienta discriminado, pero ¿hemos preguntado a nuestro hijo a quien quiere invitar? ¿y si, como es normal, sólo quiere que vengan sus amigos? ¿y si no le hace falta que vengan más que unas pocas personas? ¿y si tiene algún problema de integración sensorial (como por ejemplo ocurre con el autismo) y el ruido ensordecedor de tanta gente hace que su supuesta fiesta se convierta en una tortura y se aisle? ¿Y si resulta que estamos invitando sin saberlo a niños que le hacen bullying o que simplemente no se llevan bien en absoluto con él?”.

A veces, apunta Perales, el criterio de invitación es que el otro niño le invitó a él al suyo. Lo cual está muy bien si son amigos y quieren invitarse el uno al otro, pero si no es el caso se convierte de nuevo en algo que pertenece al mundo de los adultos y a esa necesidad de cumplir”. Otras veces, prosigue, “celebramos varios cumpleaños juntos porque coinciden en fechas próximas, lo cual de nuevo está muy bien si resulta que son amigos entre ellos y los niños desean hacerlo así, pero ¿qué pasa si no se soportan o si ellos quieren su fiesta única?”.

Otro problema, los regalos porque “son excesivos, de nuevo destinados a aparentar (y aquí entra también la familia)”. Y es que, “cuanto más grande sea la caja, más a gusto nos quedamos. Queremos ver cómo el niño abre nuestro regalo, a veces sin darle ni tiempo a que acabe de abrir el anterior. Sería bueno que el niño eligiese algo (no nosotros) que le gustase y entre todos se lo pudiésemos regalar. O que no hiciese falta llevar regalos (dicho sea de paso, la invitación a numerosas fiestas hace que para muchas familias esto se convierta en un problema económico). O que los regalos se centrasen en lo que le gusta al niño, que no es necesariamente algo comprado”.

Niños con intolerancia

Pero además hay que tener en cuenta las intolerancias de los niños porque “a veces invitamos a niños sin saber ni preguntar si tienen alguna alergia o intolerancia. Estos niños pueden pasarlo muy mal en estas fiestas, viendo como todos comen por ejemplo una tarta que ellos no pueden comer. Si preguntamos antes de organizar la comida, podemos encargar o hacer repostería o comida para picar que todos puedan comer, evitando este problema. Este tipo de cosas son las que no se consideran importantes, primando la necesidad de ostentación”.

Por supuesto, “como en toda reunión de adultos con niños y de nuevo de la mano de la dependencia de la opinión ajena, intervenimos con los niños sin dejarles jugar libremente, con el hay que compartir omnipresente en nuestros discursos (mientras nosotros no lo hacemos), con la incomprensión hacia aquel que se enfada o se pone triste por algo, incluso obligándoles a jugar juntos si no quieren”.

En resumen “y como de costumbre, añadiendo nuestra tensión a una relación que podría ser fluida y natural, pero que nosotros contaminamos convirtiéndola en un conflicto”.

Por otro lado, ¿cómo estamos los padres? Quizá nuestro hijo quiera estar también con nosotros, compartir su día, afirma Perales. “Pero hemos invitado a tanta gente que no paramos, que no podemos estar. Quizá la madre esté pasándolo mal sin saber por qué, si la herida del trauma provocado por la tan habitual violencia obstétrica vivida en su parto se ha abierto de nuevo, como todos los años en el cumpleaños de su hijo. Pero nadie se da cuenta, nadie pregunta, estamos en una fiesta y es obligado que estemos felices. Quizá lo que necesitábamos todos no era esa super fiesta, sino algo pequeñito, entre amigos para poder hablar mientras los niños juegan y les dejamos en paz, o simplemente quedarnos en casa en familia (si es lo que quiere el niño), o salir a hacer algo que le guste y que lleve tiempo queriendo hacer”.

“Tenemos que sacudirnos las convenciones sociales y el qué dirán para agacharnos, mirar a los ojos a nuestro hijo y preguntarle: ¿tú qué quieres hacer?”, concluye Perales.

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