Una juventud marcada por la violencia machista: “ya no le tenía miedo pero escapar era imposible”

Una juventud marcada por la violencia machista: "ya no le tenía miedo pero escapar era imposible"

Rioja2

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Los ojos de Sara comienzan a brillar ahora después de que la violencia machista le robara la juventud. Son los ojos de una mujer valiente que fue capaz de salir de un infierno mientras el resto de la sociedad miraba para otro lado. Los ojos que vieron como desde los 16 años hasta hace pocos meses un hombre la controló, la apartó de todo, la insultó, la forzó a tener relaciones y le pegó.

Sus ojos también le salvaron del horror que vivía cuando un amigo la miró y vio que ya no brillaban, que Sara no sonreía, que estaba extremadamente delgada y que aquel vestido escondía un cuerpo lleno de moratones. Sara solo tiene hoy 19 años.

Desde el comienzo de la relación, cuando ella tenía 16 años y él 17, estuvo sometida a un control constante: “desde el primer día estábamos juntos todos los días y a todas horas, desde primera hora de la mañana ya estaba en mi casa llamándome, al llegar a casa mandándome mensajes. Lo hacíamos todo juntos”.

“Me fue separando de todos mis amigos hasta que solo quedamos él y yo”.

La vida de Sara fue subiendo la escalera de la violencia machista como un manual. “Tenía la contraseña de mi móvil, mi cuenta de Instagram, me leía los mensajes, sabía cómo iba vestida, con quien quedaba”, recuerda esta joven. “Me fue separando de todos mis amigos hasta que solo quedamos él y yo”.

Lo siguiente fueron los insultos: puta, zorra, suelta... Sara los ha escuchado todos. La violencia física no tardó en llegar, a los ocho meses de relación ya le empujaba, le llegó a escupir en la cara, a agarrar del cuello...

“Acabé accediendo a tener un hijo con 17 años”

Cuando ya estaba completamente atada a su maltratador, se quedó embarazada con 17 años. “Me insistía en que tuviéramos un hijo, que nuestra relación iría mejor, yo le decía que esperáramos pero acabé accediendo”. Desde el embarazo, todo fue a peor: “me empujaba mucho más, me agarraba cada vez más fuerte, me llamaba hasta 100 veces al día y cuando tuvimos al niño me amenazó con que o nos íbamos a vivir juntos a Barcelona o me quitaba al niño”.

Sara llegó a Barcelona y se encontró completamente sola con su hijo en una casa donde la violencia machista era rutina y de donde ya era muy difícil salir: “sabía lo que estaba viviendo pero no era consciente del todo porque estaba enamorada”. Nada más llegar a Logroño para unas vacaciones en casa de su tía, se dió cuenta de que no quería volver a esa vida y lo dejó.

“Lo que me importaba es que mi hijo tuviera a su padre y esté bien con él, que es lo que yo no había tenido de pequeña”

Pero volvió para ver al bebé y removió todos los sentimientos de Sara: “verle con el niño me rompía el corazón, me sentía mala madre, sentía que había quitado al niño de su vida”. Un día oyó como decía “Yo solo quiero que sea mía y punto”, pero tras una discusión con sus tíos volvió a Barcelona: “sabía lo que iba a pasar, pero a mí lo que me importaba es que mi hijo tuviera a su padre y esté bien con él, que es lo que yo no había tenido de pequeña”.

Pero nada cambió, la violencia solo se hizo más grave. “Quería irme de de ahí pero era imposible, estaba atrapada”. La vida de Sara había llegado casi hasta el último peldaño de la escalera de la violencia machista. Un día entre empujones e insultos, delante de su hijo, le agarró del cuello hasta casi asfixiarle: “yo no le tenía miedo, ya le había visto así muchas veces, pero ya no tenía fuerzas ni para enfrentarme a él, me estaba quedando sin aire, casi me mata”.

“Me ha vuelto a pegar”. Sara escribió aquel mensaje a su tía antes de apagar el móvil que su maltratador le había roto. Y un día de julio su tía se presentó en Barcelona: “cuando me lo dijeron lloraba de ilusión, pensaban que por fin iba a salir de esa mierda de vida”. Después de recoger todo rápidamente, tía y sobrina esperaron a salir de la ciudad para llorar por haber conseguido escapar de un infierno.

Mientras circulaba por aquella carretera, Sara empezaba a construir una nueva vida aunque marcada, irremediablemente para siempre, por la violencia machista. Al llegar a Logroño, interpuso una denuncia, pidió una orden de alejamiento y trata de recuperarse terapia psicológica en la Oficina de Atención a la víctima.

Revive los últimos tres años de su vida cada día mientras lucha para recuperarse y poder seguir adelante con su vida y con su hijo, sin miedo a que vuelva a ocurrir de nuevo. “En los cuatro meses que llevó aquí noto un cambio impresionante, con el niño, conmigo misma, con la gente”, celebra.

Sara sabe ahora que cortar la violencia en los primeros escalones es la clave: “el control está demasiado normalizado entre las personas jóvenes”. “Hace falta educación, los niños y las niñas deben saber desde muy pequeños qué es el machismo, mucha gente mira para otro lado o se queda en los moratones y cree que lo demás no cuenta”.

Habla con fuerza y seguridad de una vida en la que dejó de ser ella. Defiende que las víctimas deben sentirse más protegidas por la sociedad y por las instituciones. Porque Sara quería escapar pero su hijo, su infancia, la soledad y la violencia le ataban como cadenas. Sara solo tiene hoy 19 años.

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