Una noche mágica

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La noche del 23 al 24 de junio se ha convertido a lo largo de los siglos en una noche mágica, en una noche cargada de simbología que se celebra a lo largo y ancho de éste, nuestro mundo. Muchos son los indicios que parecen ser origen de los ritos que se siguen durante la noche más corta del año y punto culminante en que se celebra el solsticio de verano.

Uno de los antecedentes paganos de la noche de San Juan lo encontramos en la celebración celta del Beltaine, una festividad en honor al dios Belenos ('bello fuego'). Durante esta fiesta se encendían grandes hogueras, sorteadas con pértigas por los más valerosos. Los druidas hacían atravesar al ganado el fuego para purificarlo y sacrificaban algún animal para que el dios les otorgase un año fructifero.

Otro ancestro directo de nuestra festividad se remonta a la época griega, donde en las fiestas dedicadas al dios Apolo, que se celebraban en el solsticio de verano, conocido por los griegos como “puerta de los hombres”, según creencias helénicas, encendiendo hogueras de carácter purificador.

Los romanos siguieron el ejemplo de las hogueras con fuegos dedicados a la diosa Minerva que saltaban tres veces, siguiendo las costumbres impuestas. Tanto romanos como griegos pensaban que las hierbas recogidas durante esta noche poseían mayores propiedades curativas.

Pero la festividad de San Juan adquiere mucha más importancia cuando el mundo cristiano la lleva a su terreno. San Juan es el único miembro del santoral que celebra el día de su nacimiento y no el de su muerte.

El evangelio de San Lucas cuenta que el padre de San Juan, el sacerdote Zacarías, quedó mudo por dudar de su mujer al quedarse ésta encinta. Sin embargo, al nacer Zacarías recuperó la voz y, según la tradición cristiana, mandó encender hogueras para anunciar a amigos y familiares la grata noticia del nacimiento de su único hijo.

El nacimiento de San Juan está íntimamente ligado con el de Jesucristo, que se produce el mismo día, 24, pero seis meses más tarde, casi coincidiendo con el solsticio de invierno, siendo el precursor del hijo de Dios, además de su primo, y abriendo el camino al bautismo.

Ritos paganos y religión se han unido a lo largo de los siglos para hacer de la noche de San Juan la más especial del año. Es una noche mágica, una noche de purificación, de dar gracias y de pedir imposibles. La superstición unas veces y la tradición otras han hecho de la noche del 23 de junio uno de los momentos más especiales del año.

LAS HOGUERAS

Grandes fuegos, humildes hogueras o tan sólo la llama de una vela sirven en la noche de San Juan para cumplir con la tradición ancestral que conlleva esta velada nocturna. Como origen de tan antaño espectáculo se dan los antecedentes anteriormente citados, pero lo cierto es que en la actualidad cada vez se buscan más excusas para que la noche del 23 de junio sea mágica, fantástica y festiva. Incontables son los pueblos y ciudades que celebran esta noche sus fiestas mayores y que reúnen a ciudadanos y visitantes alrededor de un fuego, ansiosos por arrojar a las llamas temores y malos pensamientos, y purificar sus almas con buenos deseos e intenciones.

Junto con la noche del 31 de diciembre, la noche de San Juan se convierte en una de las más deseadas por todos aquellos fieles creyentes en los poderes de las ciencias ocultas. Si bien, no es de extrañar que esta tradición atraiga a tantos adeptos, pues los fieles testimonios, que se remontan a tiempos célticos, así atestiguan su credibilidad. Fanáticos y simples curiosos aprovechan esta sesión nocturna para lanzar a los cuatro vientos sus deseos y peticiones con la esperanza de que algún 23 de junio, de algún año, se hagan realidad.

La Rioja se tiñe de amarillo anaranjado a partir de las 12 de la noche del día 23 de junio. Pequeños y mayores salen a las plazas de la capital, a los barrios y a los pueblos, para reunirse con sus vecinos y cantar, bailar y saltar tres veces, como manda la tradición, la gran hoguera de San Juan.

Desde días atrás, las pilas de maderas, palos y palitos esperan ser prendidos y arder con toda su magnificencia enviando al cielo destellos luminiscentes que simbolicen un sol nocturno y que sirvan para adorar al Astro Rey y para hacer que esos ocultos deseos se cumplan a lo largo del año.

Poco importa si el rito es pagano o cristiano, lo que importa es que esas fantasías, esas peticiones, se vean cumplidas y satisfechas.

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