La llamada del desierto

Rioja2

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Por cada una de las pequeñas ventanillas del avión asomaba una cara, una mirada experimentada que recobraba el brillo de la juventud. El avión estaba sobrevolando el paisaje desértico del Sahara, un territorio hostil y estéril del que ha emanado un sólo fruto: su pueblo.

Aquellos militares que tuvieron que retirarse, a su pesar, del Sahara Occidental hace 35 años divisaban el inhóspito paisaje de las dunas y les rodeaba un halo de reconciliación con la que fue colonia española.

El viaje había sido organizado por el Forum Canario por el Sahara, cuyo presidente es Miguel Ortíz Asín, una figura clave para entender los acontecimientos históricos que se desencadenaron en lo que era la provincia número 53 de España en 1975.

Miguel Ortiz fue uno de los autores de prácticamente el único censo fiable del pueblo saharaui hasta la fecha. Además, él, como el resto de militares que ese día regresaban, vivieron en primera persona cómo el entonces Rey de Marruecos, Hassan II, decidió avanzar hacia El Aaiún en la llamada Marcha Verde.

Ellos fueron los que recibieron la orden de retirarse de Sahara Occidental y evacuar la colonia, dado el contexto político en el que se encontraba España: Franco agonizando y debatiéndose entre la vida y la muerte.

Algunos de esos militares cuentan que en los foros internos de las fuerzas armadas se comentaba que de las últimas cosas que dijo el dictador fue que había que frenar a Marruecos. Lo cierto es que, afortunadamente, no se le hizo caso o no es más que una habladuría, puesto que España estaba en un momento muy delicado al estar fraguándose lo que culminaría en democracia.

El avión iba descendiendo y se podía apreciar cómo las nubes aportaban la única sombra en aquel paraje. A lo lejos, una ciudad: El Aaiún o Laayoune o como ya se conoce como la capital de las provincias del sur de Marruecos. Mi compañero de asiento me confiesa que sus ojos están repletos de emoción y me explica qué es eso de la llamada del desierto. Aunque dice no saber explicarlo con palabras, asegura que una vez que una persona vive en el desierto, siempre deseará regresar.

Por fin aterrizamos y pisamos aquel nuevo aeropuerto, que se ha construido junto al antiguo. Allí todavía se pueden observar las viejas viviendas, destartaladas por los golpes del tiempo y la erosión de la arena, en las que algunos de esos militares habían vivido 35 años atrás.

Desde la ventana del coche, los militares reconocen entre las nuevas construcciones los vestigios de lo que fue El Aaiún, colonia española. Aseguran que ha habido un desarrollo bastante importante durante estos años en los que este pueblo ha sido administrado por el Gobierno marroquí.

Las cucarachas son las dueñas del hotel. Las rubias americanas, como las llaman los militares por su color marrón claro, también buscan un poco de sombra. Las altas temperaturas se adueñan de las calles y la vida, incluso de los comercios, comienza al caer el sol.

Los militares acudieron a la recepcción del gobernador (wali) de Laayoune, Boujdour, Sakia- El Hamra, Mohamed Jelmous. Allí todos los encuentros están aderezados por el célebre té y los exquisitos dulces. Dicen que el primer té es amargo como la vida, el segundo dulce como el amor y el tercero suave como la muerte.

El gobernador expuso los avances sociales, en infraestructuras, educación, sanidad y explotación de recursos naturales durante estos años de administración marroquí. Miguel Ortiz le entregó en nombre de todos los presentes un libro sobre las Islas Canarias, en respuesta a la petición del gobernador de mantener una relación más comprometida e intensa con España y especialmente con Canarias por su cercanía.

Después, la delegación realizó una visita a la ciudad, al puerto y a las principales infraestructuras existentes, como la desaladora, que, como es lógico, representa el eje principal para el desarrollo de la vida en ese punto de la geografía. El viento soplaba con fuerza. Parecía el encargado de alentar el sinuoso baile de las dunas, que cambiaban de forma y lugar a cada momento. A estas alturas, uno tiene la sensación de haberse convertido en croqueta.

El último encuentro tuvo lugar en el Hotel Parador, edificación que rememora el asentamiento de España en Laayoune. Se reunieron con algunas ONG que explicaron la labor que estaban desarrollando en esa zona y también el ingente trabajo que les queda por delante, sobre todo respecto a la situación de la mujer. También se entrevistaron con una persona que decía haber decidido salir de los campamentos de Tinduf por las injusticias que allí se vivían y asentarse en el territorio administrado por Marruecos.

Por la noche, las calles comienzan a poblarse de gente y de vida.

Un flujo constante de coches habita las carreteras, que se convierten en las arterias de la ciudad. Ha llegado la medianoche a El Aaiún y la temperatura ha descendido bruscamente. Los comercios abren sus puertas y la gente pasea por el asfalto. Las mujeres lucen sus túnicas de gasa y colores. La luna está llena en el desierto y parece estar más cerca que en España.

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