Las opciones de voto

Rioja2

0

El 22 de mayo millones de españoles están llamados a las urnas en la celebración de las elecciones municipales y autonómicas. Sobre las mesas de los colegios electorales, el ciudadano se encontrará con múltiples papeletas, tantas como partidos políticos concurren a los comicios. Cada papeleta con su sobre y cada una acompañada de una serie de nombres, los de los miembros que forman parte de las listas, que confeccionan los partidos políticos meses antes de la cita electoral. El cabeza o la cabeza de lista suele ser quien es candidato o candidata a una alcaldía y/o a la presidencia de una comunidad autónoma.

En épocas de crisis, en finales de ciclo y, en general, cuando los asuntos domésticos no van bien, aflora el voto en blanco, que una parte de los votantes no sabe qué es ni cómo funciona. También a veces se desconoce qué es el voto nulo. Y es necesario saberlo para acabar con algunos mitos como el que inspira aquello de que el voto en blanco va para el partido ganador de las elecciones. Esto no es exactamente así.

Que estos comicios tienen un componente claro de final de ciclo es poco discutible. En el coleo de la crisis económica y aún enfangados en sus consecuencias, España asiste al fin de la era de Zapatero. Habrá votantes, fieles al PSOE, que decidan no votar a otros partidos a la derecha de los socialistas, como el PP o quizá UPyD. Y que tampoco estén convencidos de votar a la izquierda de su partido, IU. Y que descarten por sistemas otros partidos minoritarios bien porque no les convenzan sus ideas o por aquello de la falta de voto útil. Entonces, una opción es el voto blanco, junto a la no de votar, que es otra posibilidad que se contempla habitualmente pero que no responde a momentos como el que nos toca vivir este 22 de mayo: elecciones marcadas por un fin de ciclo o por un acontecimiento que invita a los electores a sacudirse el letargo y acudir a los colegios electorales.

Por partes, el voto nulo es todo aquel voto que introducido en la urna electoral no computa como tal independientemente del partido al que vaya dirigido. Se consideran nulas aquellas papeletas que al abrirse las urnas incluyen por ejemplo una pintada o un dibujo o no se encuentra en el estado original en que debía estar. O bien también se consideran nulos cuando al abrir un sobre hay más de una papeleta o bien ésta no se encuentra un buen estado, por ejemplo que esté rota. En definitiva, es aquella que se sale de las reglas del juego. Para quién va ese voto. Para nadie. Sencillamente no computa y es como si el elector en cuestión no hubiera acudido al colegio electoral. Actualmente el porcentaje de votos nulos es muy bajo y es fácil pensar que puede ser un acto intencionado más que producto del despiste o de un error del votante. Por regla general, el porcentaje del voto nulo era más elevado en las primeras convocatorias electorales. La falta de práctica en este juego de la democracia y, en definitiva, la ignorancia, elevó por encima del 1% ese cupo de voto no válido. Había que aprender a votar. Cuatro citas electorales hicieron falta para eso: 1977, 1979, 1982, 1986.

Ahora bien el voto en blanco es algo más complejo pero es una opción que permiten y que se contempla en las reglas del juego electoral y que, por tanto, es lícito en cada votante que puede hacer uso de él si lo cree conveniente: si no quiere depositar su confianza en ninguna opción política y expresa de esa manera su falta de sintonía, de empatía o no se siente representado por ninguna opción. Lo que sucede con el voto en blanco es que se genera una situación que no es la misma que la de quedarse en casa y no ir a votar. Esto es, no es lo mismo abstenerse (no votar) que dar un voto en blanco. Éste supone un cupo o porcentaje de votos que tienen representación en el total de la tarta electoral. Terminado el recuento de votos y distribuidos los escaños, en esta partición va a influir el número de votos en blanco, que ocuparán una pequeña porción, mínima de la tarta, pero que ahí están. No significa esto que aquellos votantes anónimos que votaron en blanco hayan conseguido (según en este caso la autonomía que impone un porcentaje mínimo para obtener representación parlamentaria y que varía entre un tres y un cinco por ciento) que un escaño o asiento se quede vacío. Nunca un voto en blanco se traduce así.

Lo que se consigue votando en blanco es que varíe el modo en que los partidos con representación se van a repartir ese total de asientos, que varía según las comunidades autónomas o las alcaldías en función de su población. Por ejemplo, si se eligen 25 concejales de un Ayuntamiento no es lo mismo que el voto en blanco no exista a que ese porcentaje acabe mordiendo un trozo de la tarta electoral. En definitiva, el efecto de votar así, y en el que influye determinantemente la fórmula matemática de la Ley d’Hont (que es la que rige en nuestro sistema electoral) es que los partidos más pequeños lo tengan más difícil para obtener representación mientras que facilita a los grandes, en nuestro caso PSOE y PP, ganar diputados o concejales. En otras palabras, un voto en blanco hace el saco más grande pero convierte el porcentaje en más pequeño.

Es importante saber cuál es el efecto de ese voto en blanco cuando vamos a votar. Tanto como el de quedarse en casa, porque en España no votar no está penalizado. Si lo está en otros países como Bélgica o Italia, donde el voto no es un derecho y sí una obligación del ciudadano que tiene el compromiso de implicarse en el devenir de su ciudad, región o país depositando el voto en la urna. En nuestro país el votante puede abstenerse. La abstención muchas veces es esa vencedora silenciosa que los grandes partidos hacen callar cuando habla por sí sola sin elevar la voz. Gana en citas electorales que despiertan escaso interés o que el ciudadano no comprende o siente distantes, ajenas o lejanas. Es el caso de las elecciones europeas o la consulta para refrendar la constitución europea, en la que votó poco más del 40% del electorado español. ¿Venció el sí? Es discutible. Un 60% del electorado no se pronunció, que es tanto como decir que en la consulta independista que tuvo lugar a mediados de abril en Barcelona, la ciudad condal se declaró a favor de la independencia cuando sólo votó el 21% del electorado, de los que el 91% votaron por el “sí”. Decir que ganó el independentismo es mucho decir. Más bien, como en el caso anterior. Venció la abstención como lo hace siempre que los electores se encuentran inmersos en un ciclo político en el que no se ven cambios a la vista. Pasó en las legislaturas intermedias del Felipismo y en la de 2000 de Aznar. No sucedió en 1982 cuando votó un 80% del censo electoral por la victoria del PSOE y con el miedo en el cuerpo del 23-F y tampoco ganó la abstención el 14 de marzo de 2004 con la primera victoria de Zapatero, que se aproximó al 80% del electorado en las urnas.

Por tanto, la abstención siempre hace de las suyas cuando parece que nada va a cambiar y hay un cierto conformismo con la situación. Queda por ver si el 22-M es el voto en blanco el que pone cara al estado del electorado español o, por el contrario, se rompen las estadísticas, y la abstención aumenta, que podría hacerlo habida cuenta del descontento popular con la clase política española. El CIS revela que los españoles lo consideramos nuestro tercer gran problema, tan solo por detrás del paro y de la economía. Sea como fuere, nunca está de más tener conciencia de lo que se hace cuando se ejerce el derecho a voto.

Etiquetas
stats