Un informe de Derechos Humanos cuenta la realidad de las porteadoras marroquíes

Rioja2

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Cada día luchan por llegar a España, coger enormes fardos que pueden llegar a pesar 100 kilos, volver a Marruecos, venderlos y conseguir llegar a sus casas sanas y salvas para empezar de nuevo al día siguiente. Son las porteadoras.

Mucho antes de que salga el sol, las porteadoras salen de sus casas en distintas zonas de Marruecos. Suelen proceder de Tetuán o de sus zonas rurales. Llegan a la frontera de El Taraján tras pagar en torno a 15 dirhams por el transporte. Y ahí comienza la lucha con las reglas del más fuerte. Una multitud se agolpa ante el paso de Biutz, un puente que abre sus puertas a las 7 de la mañana y las vuelve a cerrar a las 13 horas. Conseguir estar en primera fila puede ser la diferencia entre lograr un porte o tres. Entre lograr comer o no.

Una vez en Ceuta efectúan sus compras en el cercano polígono de El Tarajal y se suben a la espalda los bultos de mercancía. Un fardo de 50 kilos se paga a unos 20 o 50 dirhams (entre 1,5 y 4,5 euros). Las mujeres que consiguen soportar cargas de entre 80 y 100 kilos pueden obtener un máximo de 100 dirhams. Las “pipas”, bultos de 10 kilos, no superan los 20 dirhams. Y comienza entonces la odisea del regreso.

No es fácil. Biutz es un carril metálico que cruza el muro entre ambos países. Los pasillos de vuelta a Marruecos para quienes no pertenecen a la Unión Europea se conocen como “jaulas”. Son unos pasillos estrechos hechos de vallas de alambradas y en algún caso techado de alambre. Al final de las jaulas se encuentran los tornos, espacios mucho más estrechos que hace conflictivo y problemático pasar la mercancía que llevan las porteadoras a sus espaldas.

Al peso de los paquetes y a las aglomeraciones hay que añadir los robos, las punzadas con armas blancas e incluso los apuñalamientos. Además, cuando las porteadoras están al final del camino, tienen que lidiar con los aduaneros marroquíes que les quitan parte de la mercancía que transportan o les piden dinero a cambio de dejarles continuar. Casi nadie declara en la aduana los impuestos establecidos por la mercancía que se transporta. Los sobornos o “Rasca” dependen de los criterios personales de los vigilantes que piden entre 10 y 20 dirhams o aceptan algún regalo.

Las porteadoras son mujeres solas y con cargas familiares, o con marido pero con enfermedades que les impiden trabajar. Aunque cada vez más se van encontrando mujeres con estudios universitarios debido a la dificultad de encontrar un puesto de trabajo en su país. Mayoritariamente son mujeres jóvenes y con gran resistencia física, aunque las que llevan muchos años en esta labor tienen problemas lumbares y de espalda, dolores de cabeza y de piernas, debido a la gran cantidad de peso que cargan a sus espaldas.

Consecuencias

Así que después de levantarse antes que el sol, soportar golpes y empujones, cargar con 100 kilos a la espalda dos veces, soportar robos y quizá alguna puñalada, una mujer porteadora ha conseguido unos 200 dirhams (menos de 18 euros) y ha gastado cerca de 40. Todo ello supone un riesgo, incluso de la propia vida, por aplastamiento del enorme grupo humano que se forma. En mayo de 2009 se produjeron dos avalanchas humanas que sepultaron y se cobraron la vida de dos mujeres porteadoras, Bussara y Zhora.

Marruecos y el gobierno ceutí tomaron medidas como el aumento de vigilancia, la restricción del número de personas que pueden cruzar o delimitar, reducir y controlar los bultos. En el Informe Derechos Humanos en la Frontera Sur de 2010/2011 se advierte que este es un trabajo que se convierte en el peso real de los bultos que transportan, pero a su vez, “en un peso de la vida, en una lucha por poder regresar a sus casas sanas y salvas, una lucha por la supervivencia y el mantenimiento del hogar”. Todo este peso está producido por la corrupción policial, los abusos de poder, el control de las grandes empresas, la precariedad económica de muchas familias en Marruecos y las condiciones infrahumanas de los pasos fronterizos.

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