Génova vigilará al PP valenciano por “los recelos internos”

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La dirección del PP supervisará la transición de los populares valencianos tras la dimisión de Francisco Camps debido a la existencia de recelos internos, pero lo hará sin interferir a priori y dará todo el margen posible al nuevo presidente, Alberto Fabra, para que consolide la aparente unidad.

Distintas fuentes del Partido Popular consultadas reconocen que las grietas internas de los compañeros valencianos -con la duda de si están cerradas del todo- son lo que más preocupa ahora en una organización en la que, tanto las altas esferas como los cuadros intermedios, reconocen que la marcha de Camps ha dado “alivio”.

Un “alivio” que, puntualizan, es especialmente evidente para la carrera electoral de Mariano Rajoy, ya sin obstáculos de envergadura, pero que no es completo dado que Génova teme, a corto y medio plazo, las reacciones de las diferentes familias del PP de la Comunidad Valenciana.

Recalcan que el presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, está conforme con la sucesión. También la alcaldesa Rita Barberá, y más lo están, si cabe, en Alicante, donde los rencores de “campistas” y “zaplanistas” puede que entren ahora en una larga tregua.

“Pero en la Comunidad Valenciana nunca se sabe”, matiza un dirigente consultado por esta cuestión.

La dirección nacional estará pendiente de que la unidad interna que rezuman ahora los populares valencianos no se debilite, pero tampoco dará consignas, tan sólo estará observando, apunta un dirigente con despacho en la sede de Madrid.

Donde el apoyo a Fabra es total es precisamente en las oficinas madrileñas del PP. El exalcalde de Castellón, descartada la opción de Barberá, ha sido siempre el favorito para suceder a Camps si renunciaba al cargo o le obligaban a marcharse.

Fabra es un político hasta el miércoles apenas conocido en el ámbito nacional, pero que encarna perfectamente el tipo de perfil que buscan ahora Rajoy, María Dolores De Cospedal, Ana Mato y Javier Arenas: jóvenes, discretos, cumplidores y leales.

Tal y como señala una fuente, Fabra es ese tipo de políticos al que pertenecen el presidente de Baleares, José Ramón Bauzá, o el alcalde de Santander, Íñigo de la Serna. Con todo, según las fuentes, en cuanto se supo en Madrid que Camps dimitía, altos cargos del partido intentaron convencer a la alcaldesa de Valencia para que fuera ella la sucesora. Barberá se negó.

La opción preferente pasó a ser la de Fabra, así se comunicó a Valencia y así se aceptó. El procedimiento estaba diseñado desde hace meses por si se diera el caso de que Camps dimitiera.

El miércoles fue un día de locos en Valencia y en Madrid. Rajoy, quien nunca forzó al expresidente, como destacan fuentes oficiales de su entorno, se fue a dormir el martes sin saber qué iba a hacer Camps, aunque todo apuntaba a la conformidad.

La mañana transcurrió con la expectación puesta en el Tribunal Superior valenciano, a donde debía acudir Camps al mismo tiempo, o antes, que el convencido Ricardo Costa. Pero a Génova no llegaba la confirmación de que el exjefe de la Generalitat pagaba la multa, por lo que creció el nerviosismo. Casi a la hora del almuerzo Camps se lo comunicó a Rajoy, quien acató la decisión “personal” del presidente valenciano que había estado toda la mañana hablando del asunto con su familia y su círculo político más cercano.

Cuando se conoció que Camps convocaba a la prensa, muy pocos en Génova sabían su decisión. Fue a las 16:00 horas, una hora antes de que se hiciera oficial, cuando los dirigentes nacionales del PP lo asumieron.

El mensaje entonces fue diáfano: dar apoyo total a Camps por su “difícil” decisión y por su amplitud de miras y atacar a Alfredo Pérez Rubalcaba para que siga el ejemplo.

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