“Si iba a casa de un amigo, un francotirador podía matarme”

"Si iba a casa de un amigo, un francotirador podía matarme"

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Samir (nombre ficticio) es un joven sirio que ha escapado de la guerra y se ha instalado en Logroño. Aguantó dos meses bajo las bombas, los muertos y la destrucción, hasta que un día los rebeldes intentaron robar el autobús en el que viajaba. A la falta de electricidad, agua, gas y calefacción, se le unió el miedo a morir. “No quise volver al trabajo porque corríamos peligro”. Había barajado la posibilidad de marcharse antes, pero estaba contento con cómo le iban las cosas y no quería dejar todo atrás. “Antes tenía una vida maravillosa. Tenía trabajo, estudios universitarios, amigos, familia… me gustaba estar en Siria porque a mí me gusta vivir con mi gente, en mi cultura”. El destino lo tenía claro: España. El idioma lo dominaba y, además, conocía gente en el país debido a viajes anteriores que había realizado.

Su primer problema fue la reserva del billete de avión. No tenía acceso a internet ni una agencia de viajes con la que contratarlo. Consiguió un pasaje a través de un amigo en Arabia Saudí e hizo las maletas. Se marchaba. Atrás dejaba una ciudad, Alepo, que más tarde se convertiría en núcleo del conflicto en el país y quedaría totalmente arrasada. Eran finales de 2012. “Puse el corazón en mi mano y salí del país. Fui al aeropuerto con miedo, el camino era muy peligroso”. Samir recuerda los incesantes bombardeos y, sobre todo, el pánico a los francotiradores, ya fueran rebeldes o del régimen. “Si iba a casa de un amigo, igual un francotirador me mataba. No sé dónde. No había seguridad”. Su avión despegó de Alepo cinco días antes de que cerraran el aeropuerto. Tras pasar por Egipto, llegó a Madrid y, de allí, a Logroño, “una ciudad tranquila donde conocía a gente”.

En España no tiene la condición de refugiado sino que cuenta con la denominada “protección subsidiaria”, lo que supone que es titular de una autorización de residencia y trabajo permanente durante cinco años, así como de derechos en materia de asistencia social, sanitaria y educativa. Pasado este tiempo debe renovar este permiso, por lo que, si las circunstancias del conflicto en Siria cambian, España podría denegarlo. “Ahora, aquí, busco mi vida. Busco trabajo, intento hacer cursos de formación, me relaciono con más personas”, cuenta Samir, quien cree que su llegada es definitiva y “para siempre”. Sin embargo, un halo de añoranza recorre su cara al hablar de Alepo: “Mi ciudad es maravillosa, muy grande, con cinco millones de habitantes y capital económica de Siria, con montones de fábricas de todos los tipos. Estaba contento en mi trabajo. Antes teníamos seguridad. Podías salir de casa a las cuatro de la mañana. No teníamos miedo. Tenía mi novia, mi casa. Me estaba preparando. También iba a montar una tienda”.

Todos esos buenos recuerdos, esos planes de futuro, comenzaron a torcerse a comienzos del 2011. “Las primeras manifestaciones fueron sin armas, pero el Gobierno comenzó su presión para callar a los manifestantes y dar una lección a la gente para que no saliera a la calle”, recuerda, y pone como ejemplo a un amigo suyo que había participado en una protesta: “Entraron en la universidad, le pegaron un golpe en la cabeza contra la mesa y se lo llevaron a una cárcel de Damasco”. Nadie supo dónde estaba hasta un mes después. “Le cambió hasta el color de la piel y ya no habló más en contra del régimen”. Estas situaciones no hicieron sino radicalizar las posturas de los manifestantes y que aparecieran las armas. “Tenía miedo siempre. Un día cayó una bomba en la casa de mi tía cuando estaba con ella, pero no explotó”, rememora Samir, que confiesa que sigue teniendo contacto con su gente: “Están hartos a todos los niveles. No tienen esperanza. Cada dos meses les dicen que van a ganar la guerra, pero cada día es mucho peor. No hay esperanza”.

Este sirio residente en Logroño cree que el conflicto, con todo su reguero de muertos, no va a servir para nada y que, después de la entrada en escena de los militantes del Estado Islámico (ISIS), “va a comenzar una guerra a un nivel más amplio en el norte de Siria e Irak”. Sobre estos últimos es contundente: “No son musulmanes, son radicales. Cogen el límite del Corán como un arma y lo utilizan para cortar cuellos y asesinar a gente. Son terroristas. Hemos llegado a un punto en el que los rebeldes, el régimen y el ISIS hacen sufrir a la gente. Poco a poco no sé dónde vamos a llegar”. Su deseo es tan simple como utópico: llegar a un consenso de país y terminar la guerra. “Yo sólo quiero vivir en paz: tener seguridad, agua, electricidad… vamos a empezar todos de nuevo. Quiero volver a ver Siria como antes, pero creo que es imposible”.

“TENGO AMIGOS EN VALENCIA, MADRID O BARCELONA QUE SUFREN MÁS QUE EN SIRIA”

Lejos de las balas y el miedo, pero también de su familia, Samir afirma que las cosas no son fáciles. Llegados a un país con una tasa de paro por las nubes y una crisis económica que se ha llevado por delante a miles de españoles, comenta que, una vez establecidos, se encuentran con los mismos problemas que el resto. “Llevo dos años sin trabajo y necesito hacer relación con más gente. También pienso en cómo traer a mi novia aquí. Hay que luchar. Tengo amigos en Valencia, Madrid o Barcelona, que están sufriendo más que en Siria. Aquí no hay trabajo. El sirio llega y tiene que ir a Cruz Roja o ACNUR, le mantienen seis meses y luego, ¿qué hace? Le dicen que tiene un permiso de trabajo, le dan 350 euros y adiós”.

Samir se queja de la falta de información que se les da cuando llegan al país, pese a que él ya conocía la situación. Habla por sus compatriotas. Cree que si España está mal económicamente y no puede acoger a estas personas, deberían recomendarles ir a Alemania o Suecia, donde tienen mayores facilidades para proseguir con sus vidas. “En los Servicios Sociales les piden que lleven empadronados en España un año, pero, ¿cómo llegas a estar un año si sólo te mantienen seis meses? La gente necesita más cuidados. Hay sirios que sufren en España. Yo hablo español, pero hay otros que no y se les debe ayudar”. El modelo que a Samir le gustaría que se aplicara es el sueco, donde se les distribuye en pisos repartidos por el país, se les da una paga mensual y comienzan en seguida los cursos intensivos de sueco. Unos tres meses después, ya con los papeles en regla, pasan a manos de los Ayuntamientos, que les buscan alojamientos definitivos y les ayudan a encontrar un empleo.

Antes de llegar a esa situación en la que aprovecharse de los mecanismos humanitarios de cada país de acogida, los sirios deben escapar de un país en guerra en el que no hay visos de que la situación mejore. Los que huyen tienen dos opciones: los campos de refugiados de las fronteras o intentar llegar a un país europeo. La primera opción suele ser la escogida por las personas sin recursos. No tienen dinero ni propiedades que vender para pagar a las mafias que les ayudan a salir de su Siria natal. Si Samir pudiera enviarles un mensaje a sus otrora vecinos con alguna recomendación, lo tiene claro: “La persona que tiene una casa y algo de seguridad en su zona no debe irse del país porque puede morir en el mar o va a sufrir en los campos de refugiados. Si tiene un visado y puede venir legalmente, es mejor salir del país y luchar por tener una vida. Si no tiene nada, hay que quedarse con la familia hasta que salga algo. Yo no escaparía, aunque hay gente que decide hacerlo. Hay muchas mafias. Conocí a una persona que pagó 10.000 dólares, lo montaron en un barco y a los diez kilómetros comenzó a hundirse. Llegó la policía turca y perdieron todo”. Al menos, ese día, no perdieron la vida.

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