La situación del planeta no puede ser más crítica: el calentamiento global, la contaminación del aire y de los suelos, el descenso de las reservas de agua, la contaminación de los acuíferos, la pérdida de biodiversidad o la desaparición de bosques son parte de un largo etcétera que tendrá, como consecuencia, que el planeta sea irreconocible en unos pocos años. Nuestras hijas e hijos jamás conocerán el mundo tal y como lo conocimos nosotros.
El anterior párrafo y buena parte de los que siguen fueron parte de mi intervención en el Europarlamento hace unas semanas, cuando fui invitado por el grupo GUE/NGL para hablar de soluciones y alternativas a la crisis ecológica que ha provocado este sistema.
Los problemas medioambientales a veces los vemos con distancia, como si no ocurriesen en La Rioja. Sin embargo estos días podemos leer en prensa que nuestros embalses de agua se encuentran un 30% más bajos que el año pasado, que la CHE ha alertado de la contaminación de aguas subterráneas riojanas, que los agricultores riojanos se enfrentan a pérdidas por la escasez de lluvia y que, recientemente, un estudio del Ministerio de Medio Ambiente ha alertado de que el Valle del Ebro lleva camino de convertirse en un desierto. Como vemos, La Rioja no está exenta de estos problemas que aparecen cada vez con más recurrencia en los medios de comunicación. La crisis global tiene sus efectos devastadores también a nivel local, y La Rioja no se libra.
Los síntomas de esa catástrofe ecológica están bien claros y la causa también: el sistema que nos gobierna, un capitalismo perverso que obliga a producir y a consumir más mientras se hiere de muerte a nuestro planeta.
A los partidos políticos se nos piden soluciones, vías de actuación para detener esta locura que está acabando con el planeta. Son muchas las cuestiones que hay que poner encima de la mesa pero, sin duda alguna, habría que empezar por hacer pedagogía, por cambiar la cultura consumista que nos envuelve y que nos ha sido impuesta. Es necesario hacer ver a la ciudadanía que consumir más también nos hace desear más y necesitar más (y de una forma perversa nos hace más infelices).
A otro nivel, una de las claves es apostar la Soberanía Alimentaria de los pueblos porque, más allá de las evidentes ventajas que tiene para cada territorio producir los alimentos que consume, el propio proceso para conseguir esa soberanía implica también lograr otras muchas cuestiones que son claves para conseguir un desarrollo sostenible. Medidas como gravar con más impuestos la huella de carbono de las importaciones de alimentos, fomentar los canales cortos de comercialización aumentando la carga fiscal de las grandes distribuidoras (de forma que la mayoría de beneficios se queden en los productores y no en los intermediarios) o favorecer las pequeñas explotaciones agropecuarias que den valor añadido al producto, como la agricultura ecológica, la ganadería extensiva y la producción autóctona y tradicional de productos elaborados, etc. En La Rioja lograr esta soberanía parece más fácil porque gran parte de nuestro territorio, economía e historia forman parte del mundo rural.
Para lo anterior es necesario revisar la Política Agraria Común. Es imprescindible limitar las ayudas por arriba y fomentar las pequeñas explotaciones. No puede ser que la mayor parte del total de las ayudas vayan a parar a unas pocas manos porque se está dando en nuestros campos el mismo problema que en la economía global: cada vez las tierras de cultivo están en manos de menas personas.
Hay muchas más cuestiones como sociabilizar los sistemas de crédito con una banca pública que canalice la inversión desde un punto de vista ecológico y social y acabar con los paraísos fiscales. Utilizar la fiscalidad para hacer pagar más a los que más contaminan y a los que más tienen, que acabe con una brecha social cada vez más grande y que está sumiendo a continentes enteros en la pobreza. Blindar los servicios públicos, reducir la jornada laboral, reducir el consumo de combustibles fósiles, etc.
Hay muchas cosas por hacer, pero hay una cuestión que es quizás la más importante y que es clave para establecer una estrategia común para cambiar las cosas: afrontar el hecho de que no mandan nuestros gobiernos; nos gobiernan personas que no se presentan a las elecciones. Son tramas de empresarios y políticos, grandes transnacionales que legislan y gobiernan en nuestros países y en nuestro Europarlamento, a los que no les importan las personas, ni les importa nuestro medio ambiente, sino las cuentas de resultados y los beneficios.
Sobre esto último, sobre cómo podríamos doblegar al bloque político-financiero, es importante recordar brevemente la experiencia que tuvimos en nuestro país con el 15M porque merece la pena reflexionar sobre lo que supuso este movimiento a la hora de pensar alternativas políticas. Este movimiento puso de manifiesto el descontento con el funcionamiento de la democracia liberal con lemas como “no nos representan”, “lo llaman democracia y no lo es” o “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”.
Repensar estos lemas parece importante para plantear alternativas. El 15M puso sobre la mesa la idea de que otra democracia con más participación y otro tipo de representación puede ser posible. Y a partir de aquí es de donde podemos pensar esas alternativas porque, aunque se ha hablado mucho de conjugar la acción institucional con la presión en las calles, no podemos correr el riesgo de institucionalizar a los movimientos sociales. Además empieza a dar la sensación de que esto de aunar movimientos sociales y acción institucional se ha quedado en un eslogan, en palabras vacías dichas por muchos partidos políticos que, luego, no han sabido conjugar esa presión desde afuera de las instituciones con el adentro, con la vida propia de cada institución.
Así que la primera tarea, y quizás la más importante, es volver a las ideas lanzadas con el 15M y radicalizar la democracia para que en las instituciones no solamente tengan voz los partidos políticos sino también agentes ciudadanos y movimientos sociales. Además de fortalecer una red institucional paralela que ejerza de contrapoder y tener una masa crítica ciudadana que vaya construyendo alternativas desde el afuera.
Tener una democracia efectiva es imprescindible para detener la crisis ecológica que se nos viene: ya que ni el bipartidismo ni los bancos se preocupan por el planeta y nuestro futuro (seguramente porque los efectos de los problemas medioambientales no afecten tanto a los ricos), tendremos que coger las riendas nosotros, los del pueblo.