Hace mucho que se sabía que el 1 de octubre no iba a ser el final sino el comienzo. Hace tiempo que también se podía intuir que la cuestión trascendía a lo de Cataluña. El día 1 de octubre ha sido una jornada muy triste desde muchos puntos de vista, desde todos seguramente, y es uno de los días más duros de la Historia reciente de España. Y no cabe duda de que nos encontramos ante un punto de inflexión tanto en lo que es España como el Estado Español.
1. Poco queda por decir sobre los orígenes del escenario actual en el que nos encontramos. A lo largo de meses se han venido analizando las causas del mismo y, en no pocas ocasiones, se ha producido una simplificación. Que en los últimos años haya aumentado el número de independentistas en Cataluña es un hecho, que parte de ese incremento procede de actuaciones equivocadas desde el Gobierno central, así desde otros actores, también. Que el Govern ha tenido un papel clave en ese proceso, no me cabe duda. Pero se ha insistido mucho en la cuestión del sistema educativo y en que, generalizando, una parte de la sociedad catalana se ha dejado manipular. Es una primera interpretación errónea del escenario. No entender la diversidad del Estado Español/España está en la base de todo. Parte de las élites catalanas se han subido al carro, de acuerdo, pero si no hay estructuras de plausibilidad para que este movimiento tenga éxito, no lo hubiese tenido. La educación es fundamental, crea universos simbólicos e imaginarios colectivos, socializa, pero no creo que sea una fábrica de independistas (sobre la cuestión de la Educación en el Estado de las Autonomías, es recomendable leer a David Doncel), para eso necesita de otros agentes de socialización, comenzando por la familia, siguiendo por los grupos de pares y terminando en los medios de comunicación. Desde algunos frentes se culpa al Estado de las Autonomías y a las transferencias de competencias, pero ese hecho también implica el desconocer qué había antes, en ocasiones latente.
2. Y esto nos lleva a una segunda cuestión, esto tiene que ver con “ellos” pero también con el “nosotros”. El debate tanto sobre la configuración territorial del Estado Español y de España como Nación se ha ido parcheando durante cuatro décadas. Sí, veníamos de muy lejos en la Transición, y nosotros no estábamos allí para haber hecho otra cosa distinta, pero ha habido tiempo para haber analizado en profundidad la cuestión y actuado de diferente forma. Ahora nos encontramos con unas identidades en conflicto, por un lado, y con un conflicto de identidad por otro. La primera fractura se da en la sociedad catalana, la segunda en el conjunto de España con una identidad española en perpetuo debate. Se apela a una “mayoría silenciosa” de españoles y españolas frente a la situación pero, ¿quiénes son esa “mayoría silenciosa”?, ¿significa para todos sus integrantes lo mismo España, el ser español y el sentirse español? Obviamente no. España no es Francia, España no convirtió a todos los campesinos en franceses en el XIX como señalaba Eugen Weber, para bien o para mal, dando lugar a una organización territorial y a una identidad compleja. Y, para profundizar sobre el tema, nada mejor que leer una vez más a José Álvarez Junco y su Mater dolorosa: la construcción de la idea de España en el siglo XIX.
3. El movimiento independista catalán ha apelado a la emoción, lo mismo que una parte del discurso del otro lado. Incluso en no pocos argumentos que hacían referencia a la racionalidad también estaba presente la dimensión emocional, aunque se encubriese, porque era la crítica de un nacionalismo desde otro. Uno de los grandes errores ha sido no ver la misma, o no quererla verla. Y tampoco perdamos de vista el escenario más global, la búsqueda de respuestas ante escenarios complejos y muy inestables. Ahí, también el Govern ha sabido jugar sus cartas, prometiendo una idílica Cataluña más social, con más bienestar y sin corrupción (oiga, si lo consiguen, se lo compro, pero lo veo complicado). Claro que, tampoco ha habido un relato que lo contraponga, más allá de la amenaza con el desastre y el hundimiento.
4. Revolución, épica, communitas. Uno de los grandes aciertos del movimiento independista catalán ha sido apelar a estas tres cuestiones, lo que también es fundamental para atraer a ciertos sectores de la población. Se ha construido un relato impecable en ese sentido: la revolución de la comunidad frente a los poderes superiores y “exteriores”; el componente épico del proceso, ese David frente al Goliat representado por un Estado/España que “no escucha”, “roba”, “maltrata”, etc.; y ese sentimiento comunitario, el “nosotros” claramente definido frente al “otros” siguiendo las estructuras de la alteridad, y especialmente en estos momentos posmodernos para lo que tendríamos que recurrir una vez más a Bauman y comprender las transformaciones de la identidad en estos tiempos. Todo ello en su conjunto ha sido determinante y, sí, se puede desmontar de muchas formas, pero ni se ha intentado y, lo que es peor, no se ha planteado un relato alternativo. Al contrario, la inexistencia del mismo es otro de los grandes errores del Gobierno central, que en cierto sentido también ha dejado desasistidos a la otra parte de la sociedad catalana que se siente española o que no aprueba esta vía.
5. La minusvaloración o la directa negación del otro es otro de los grandes costes de todo el proceso. Los discursos han sido, y espera, durísimos en relación a los otros. No cabe duda de que esto no es nuevo, existían prejuicios muy asentados desde España hacia Cataluña y de Cataluña hacia España, bien alimentados y reproducidos, por cierto, por medios de comunicación, partidos políticos, etc. Ha faltado mucha pedagogía y también mucha empatía. Puedo entender que haya muchas personas que se sientan españolas que no quieren que Cataluña se vaya y que lo sienten como un drama, y puedo entender también que muchas personas de Cataluña no se sientan españoles y quieran crear un Estado propio. Comprendo ambas partes. Pero la dureza del discurso ha alcanzado límites estratosféricos. He leído y escuchado cosas que incluso a mí, que creo que no soy sospechoso, me han dejado estupefacto al referirse a España y a los españoles (y otras en relación al resto de catalanes no independistas), y también si fuese catalán me sentiría así en el lado contrario. Sí, habrá gente que señale que son las cosas de los nacionalismos, de la irracionalidad, del peligro de las identidades colectivas, pero no, es el uso que se hace de las mismas.
6. Las dos partes han mostrado un elevado grado de irresponsabilidad, ¿quién tiene más culpa?, depende, pero la cuerda se ha tensado hasta límites insospechados y no ha acabado. Por un lado, el Govern y parte de las élites catalanas se han subido a un movimiento social que ya estaba articulándose, y sí, podemos discutir también sobre el mismo, pero está ahí y eso es un hecho, ni se puede negar ni minusvalorar, al contrario. El Govern tomó una hoja de ruta arriesgada pero en una apuesta clara del “todo o nada”. La famosa sesión del Parlament del 6 y 7 de septiembre fue infame. La excusa es que no les dejaron otra opción. No lo sé y, aunque se señalé que sí, que lo intentaron hasta el final, no lo tengo claro. El caso es que el Govern tiró hacia adelante y la jugada le ha salido bien, como veremos más adelante. Pero su actuación también ha sido irresponsable, por un lado, por generar una serie de expectativas que, en el caso de no ser cubiertas (la declaración de independencia), pueden dar lugar a una gran frustración y, en segundo lugar, por el uso de la ciudadanía, sin olvidar la parte del relato que afecta a los “otros” tanto dentro de Cataluña como fuera (y, ay, aquí sí que han sido esencialistas a más no poder por mucho que lo disfracen de otra cosa). Y no debemos olvidar las cuestionables garantías de la votación del 1 de octubre pero tampoco negar que millones de personas han salido a la calle, querían votar y muchos de ellos lo han hecho.
7. Pero lo del Gobierno central también es para hacérselo mirar. Primero, por todos los errores anteriores ya señalados. Segundo, por no ser consciente, o serlo demasiado, que eran la parte más fuerte de las dos. Y, tercero, por su forma de operar en la respuesta. El Gobierno ha estado esperando mientras le tensaban la cuerda y ha optado por la peor de las soluciones, seguramente la mejor para la otra parte. Tampoco voy a entrar en la cuestión de la legalidad y demás, se me escapa, y no sé qué hubiesen hecho otras formaciones políticas si estuviesen en esa situación, pero las jornadas anteriores al 1 de octubre hacían presagiar el peor escenario, y eso es lo que ha ocurrido. Las imágenes de este domingo serán las durísimas de las personas heridas por las cargas policiales (la Generalitat señala que son más de 800), los guardias civiles y policías nacionales frente a los que querían votar, etc., dando lugar a que el relato del Govern es que el Estado Español es represivo y autoritario, banalizando el franquismo al establecer comparaciones curiosas. De nuevo, el relato lo ha ganado el Govern y el movimiento independista. Y el Gobierno central tenía las herramientas para haber evitado esas imágenes, para no haber llegado hasta allí, para haberlo dejado en un movimiento como el del 9 de noviembre de 2014. Ahora, el Govern ha ganado un capital simbólico del que carecía hasta casi antes de ayer, tanto interna como, especialmente, externamente.
8. La cuestión de la Democracia. Otro de los grandes éxitos del Govern y compañía fue el desplazamiento de parte del debate hacia la Democracia y las libertades, especialmente a lo largo del mes de septiembre. En ese sentido, encontraron otro asidero al que agarrarse. De acuerdo, no eran los más indicados para hablar de estas cuestiones tras lo del Parlament y otras situaciones, pero no cabe duda de que de nuevo el Gobierno central lo podía haber gestionado mejor, hace mucho tiempo. La Democracia implica que puedan plantearse las cuestiones que la ciudadanía considere oportunas, y si una parte de la sociedad catalana demanda querer votar por la independencia, y se cumplen las garantías legales para ello y es bilateral, y se siguen los cauces habilitados (o que se puedan negociar y habilitar, detalle muy importante, que se ha negado sistemáticamente, y aquí tenemos otro error), no pasa nada por plantearse. Si somos una sociedad democrática madura, esto no tendría que darnos miedo, aunque igual es que no lo somos. El Gobierno central ha perdido una gran ocasión de ganar un importante capital simbólico y sacralizar la Constitución, una vez más, no ha sido precisamente el mejor camino. Y, de nuevo, hay millones de personas en Cataluña que demandan otro escenario.
9. Todo el mundo pierde, de eso no hay duda, pero de primeras todos se presentan como ganadores, reforzando sus posiciones. El movimiento independista y el Govern claramente, y sí que es cierto que salen más reforzados, incluso puede que hagan una declaración unilateral de independencia (yo creo que la harán pero me puedo equivocar), pero el vértigo va a ser cada vez mayor y habrá más tensiones internas (atentos a la relación con la CUP), por no olvidar la pérdida de legitimidad ante la parte de la sociedad catalana que no se siente representada por ellos, y que incluso ha sido negada. El Gobierno central también se presenta como ganador, y para mucha gente en España lo será, pero su pérdida de legitimidad también es significativa, también internamente, y queda muy tocado. En ese sentido, Cataluña está hoy mucho más lejos de España (para parte de la sociedad catalana lo estaba del todo y la grieta se ensancha). El Partido Popular y Ciudadanos también pueden haber ganado a corto plazo, y seguro que también se verán apoyados por una parte de la ciudadanía española, pero a medio y largo plazo no. Y la izquierda española, que eran lo que tenían más difícil de todos/as (lo cual es muy dramático, y habitual), ha vuelto a quedar en una situación indeterminada e indefinida cuando se le tiene que exigir que sea su momento de puente, de nexo. Por los discursos y reacciones de estos días, no parece que lo puedan conseguir, aunque veremos.
10. Y ahora, ¿qué? Pues un punto de inflexión, no cabe duda. No voy a repetir los lugares comunes que se vienen repitiendo, desde el reestablecer puentes y diálogo pasando por el tiempo de la política, pero las posiciones están muy enroscadas, los discursos son antagónicos, y tampoco creo que los actuales interlocutores sean válidos. Además, para que no nos falte de nada, mientras seguimos con esta cuestión, nos vamos olvidando de otros cambios estructurales en nuestras sociedades que afectan al día a día (y aquí le doy la razón a Joaquín Giró). Pero esta situación, ya enquistada, no puede hacerlo más. Vamos hacia un nuevo debate sobre la Constitución, su reforma y la estructura del Estado, habrá un referéndum pactado y bilateral (después del 1 de octubre, no creo que tarde muchísimo en llegar), aunque más difícil seguirá siendo el debate sobre España y su identidad nacional. Lo ideal sería haber profundizado en un Estado Federal pero no sé si eso será suficiente ya. Está claro que, para buena parte de Cataluña, no y que es tarde, muy tarde incluso, y con lo del día 1 de octubre más todavía. Si en cuarenta años no hemos sido capaces de generar un discurso/relato de lo que es este país/nación/sociedad/comunidad/Estado (que cada uno lo llame como quiera) en el que pueda encajar todo el mundo; si las miradas entre nosotros han sido en no pocas ocasiones desdeñosas, cargadas de prejuicios; si no hemos sabido ver, y reconocer, el valor de la diversidad, pues la verdad es que no lo vamos a hacer de repente o en unos meses, pero por algún sitio hay que empezar. Día muy triste, la verdad que sí, muy triste.
La segunda parte de este artículo se centrará en una visión desde La Rioja sobre la cuestión, y cómo nos puede afectar este proceso global.