Se cumplen 27 años de aquel 11 de noviembre de 1990 en el que tras un trágico accidente provocado por el derrumbe parcial de una vivienda en el barrio barcelonés de Turó de la Peira, en el que falleció una persona y otras dos resultaron gravemente heridas, la opinión pública empezó a familiarizarse con este término. No fue el primer caso, ni por desgracia ha sido el último, pero marcó el inicio del fantasma de la “aluminosis” o la también conocida “enfermedad del cemento”. Meses después, tras diversas diagnosis técnicas e informes encargados por el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Cataluña, se conoció que la práctica totalidad de los edificios del barrio de Turó de la Peira, y varios cientos más repartidos por diversos barrios de Barcelona, sufrían este mismo problema. Tras décadas de desalojos, demoliciones y viviendas apuntaladas, esta problemática se ha solventado relativamente, pero aún quedan varias decenas de inmuebles pendientes de rehabilitación, y aún hoy siguen apareciendo casos de “aluminosis” tanto en Barcelona como en el resto de España.
Evidentemente, Barcelona no fue la única ciudad perjudicada por esta “enfermedad”, a ella le siguieron el resto de ciudades españolas, en mayor o menor medida, con mayor o menor grado de gravedad, y con incidentes más o menos trágicos, desde entonces hasta el día de hoy. Las zonas más afectadas son las zonas costeras, por las razones que explico más adelante, pero en el interior peninsular también se han dado diversos casos, quizás el más conocido sea el del Estadio Vicente Calderón en Madrid, que tuvo que ser cerrado temporalmente en 1992 para acometer la sustitución de diversos elementos estructurales aquejados de esta patología. Otro caso que también tuvo cierto impacto en la opinión pública fue el de los estudios de RTVE de Prado del Rey en Pozuelo de Alarcón, que fueron cerrados temporalmente a mediados de los años 90 por problemas similares.
Los casos más graves, en algunas ocasiones con consecuencias trágicas, se han dado especialmente en zonas costeras y especialmente en la zona del levante. Este mismo año, sin ir más lejos, se ha tenido que intervenir en el Hospital Clínico de Valencia, y el año pasado, en La Laguna (Tenerife), tuvo que ser desalojada, después de años de problemas, reuniones e informes técnicos, una urbanización de 500 viviendas para acometer su derribo y donde varios cientos de familias tuvieron que ser realojadas a la espera de que se culmine la reurbanización y reposición de la zona afectada.
Estos casos son más o menos conocidos por la transcendencia que se le ha dado en los diferentes medios de comunicación, ya sea por tratarse de edificios singulares, o por la cantidad de afectados por esta problemática, pero basta echar un vistazo a la hemeroteca para encontrar cientos de noticias relacionadas con esta patología a lo largo de toda la geografía española, bien es cierto que en la mayoría de las ocasiones en zonas costeras, pero no siempre, y en algunos casos con trágicas consecuencias.
En el caso de La Rioja ha habido algunos casos de menor importancia, quizás el más conocido sea el del Mercado Patricia en Avenida de la Paz de Logroño, que donde hace exactamente 12 años se derrumbó parcialmente la techumbre y que los informes técnicos determinaron que las viguetas que lo sustentaban sufrían de “aluminosis”. Pocos meses después, varias terrazas y bajeras del edificio número 27 de la calle Cantabria se desplomaron, y volvió a resurgir el “fantasma de la aluminosis” entre la opinión pública logroñesa. En este último caso, los informes técnicos encargados por el Consistorio logroñés determinaron que no había constancia de posible “aluminosis” al tratarse de estructuras de hormigón realizadas con cemento Portland convencional, y no con cemento aluminoso, que es factor clave, como explico más abajo, para que se produzca esta “enfermedad”. En cualquier caso, sí se detectó una patología similar producida por la excesiva carbonatación del hormigón en presencia de humedad constante. Y es que hay que tener en cuenta que ante diversos factores ambientales, como la humedad, y dependiendo del grado de porosidad y del pH de la mezcla, que también depende de la correcta elaboración de la masa y el correcto “fraguado” del mismo en sus fases iniciales, así como la correcta conservación y mantenimiento de estos elementos, no solo el hormigón aluminoso es susceptible de sufrir este tipo de patologías por pérdida de resistencia mecánica.
Sin entrar en excesivos detalles técnicos para que lo entienda todo el mundo, ya que además se tratan de complejas reacciones químicas de las que yo no soy especialista en la materia, y para ello hay otros profesionales más especializados que trabajan e investigan estas patologías, la “carbonatación” del hormigón es un proceso natural que en la gran mayoría de los casos no supone ningún peligro para la integridad estructural del hormigón. Para que la “carbonatación” afecte al estado de conservación de las armaduras metálicas del hormigón armado y su proceso de oxidación que afecte a la integridad estructural de los mismos, deben darse una serie de factores como el grado de porosidad, fisuras, constante humedad ambiental, temperatura, determinadas concentraciones de CO₂ , presencia de cloruros, espesores de recubrimientos, tiempo de exposición, etc. Pero en igualdad de condiciones, los hormigones con base en cemento aluminoso parten con un fenómeno particular añadido llamado “conversión”, que se resume en una mayor porosidad del material que facilita la penetración de estos agentes externos que pueden producir el proceso de corrosión de dichas armaduras. Además, esta predisposición a generar mayores grados de porosidad también deriva en otras patologías como pérdidas de resistencia y adherencia.
El cemento aluminoso es un tipo de cemento, desde hace ya décadas prohibido en estructuras tras descubrir estas patologías, que fue muy común entre los años 50 y 80 en todo Europa, y muy especialmente en la etapa desarrollista de nuestro país. La característica que tenía era su capacidad de “fraguado” en horas (reacción química que se produce tras mezclar el cemento con los áridos, aditivos y el agua, que da lugar al hormigón tras un proceso de endurecimiento y pérdida de plasticidad del material), mientras que el hormigón a base de cemento tradicional tarda 28 días. Esto hizo que este tipo de cemento fuera relativamente habitual en la fabricación de elementos estructurales prefabricados como viguetas de forjado, y muy especialmente, dada su rentabilidad y rapidez, en edificaciones que exigieran su construcción en un limitado espacio de tiempo, por ejemplo en barriadas obreras de la época. La diferencia entre el cemento tradicional y el cemento aluminoso, es que mientras el primero se forma con calizas y arcillas, el segundo está compuesto por calizas y bauxita, una roca compuesta por óxidos de aluminio, que en el proceso de “fraguado” se transforman en aluminatos cálcicos, tendentes a sufrir el proceso anteriormente descrito de la “conversión”, y que ante el uso incorrecto de este material y factores ambientales como el calor y la humedad, consiste en un proceso por el cual la estructura se cristaliza en “sistema cúbico”, que para que lo entienda todo el mundo, se traduce en una mayor porosidad y reducción del volumen con los problemas que ello conlleva, anteriormente descritos.
Esta problemática es más común en zonas costeras por la mayor presencia de humedad y la presencia de cloruros de la sal propias de los ambientes marinos, que aceleran los procesos de corrosión de las armaduras. No obstante, en zonas de interior como es el caso de La Rioja, también hay que prestar especial atención a los elementos más expuestos a dichos agentes externos, especialmente a la humedad, como pueden ser baños y cocinas, así como forjados sanitarios no ventilados, u otros afectados por filtraciones como pueden ser los tejados o los patios. Por otro lado también hay que vigilar aquellos afectados por roturas de tuberías o bajantes, así como los afectados por humedad por capilaridad en el caso de sótanos y espacios bajo rasante. También se encuentran más expuestos los edificios situados en las riberas de los ríos, como fue el caso del Estadio Vicente Calderón en Madrid por su cercanía al río Manzanares.
El hormigón con base de cemento aluminoso suele presentar colores ocres y marrones frente al gris típico del resto de hormigones, y por tanto puede detectarse en una inspección visual, pero no obstante, es necesario realizar ensayos químicos para asegurarse de dicha condición. Por otro lado, que una estructura sea de hormigón aluminoso no significa que sufra de “aluminosis”, de igual modo que estructuras de hormigón convencional, aunque en menor medida pero ante la presencia de diversos factores y condicionantes anteriormente señalados, pueden llegar a sufrir patologías similares, por lo que habrá que evaluar en una inspección visual la presencia de grietas, manchas de oxidación, deformaciones, etc., incluso mediante la realización de “catas” para observar el estado de la propia armadura. Mediante ensayos realizados por empresas y técnicos especializados se puede medir el grado de resistencia mecánica del material, y mediante pruebas del pH se puede medir el grado de “carbonatación” del mismo.
En la gran mayoría de los casos, y para tranquilidad de los vecinos de viviendas susceptibles de haber sido construidas con este material, la degradación del hormigón es evitable mediante el correcto mantenimiento de los edificios, siendo prioritario acometer las obras de mantenimiento y conservación ante la mínima presencia de filtraciones de humedad. Para ello es sumamente importante sustituir con cierta frecuencia las láminas impermeabilizantes de los tejados y patios, la reposición de tejas rotas, la limpieza de canaletas y bajantes, desagües de terrazas y patios, etc. Por otro lado, antes de producirse un colapso suelen aparecer otro tipo de patologías como grietas y fisuras, manchas de óxido, etc.
No obstante, no es fácilmente detectable ni medible cuantitativamente el grado de degradación del hormigón con una simple inspección visual, por lo cual, si su vivienda se encuentra en un edificio susceptible de reunir los condicionantes anteriormente descritos, y especialmente si su edificio tiene antecedentes de patologías relacionadas con alta y constante presencia de humedad o inundaciones, es recomendable, ante cualquier obra que pueda comprometer la resistencia mecánica de los elementos constructivos, especialmente de forjados expuestos a dichos agentes externos, proceder a un análisis por parte de un técnico especializado que determine el estado de conservación de los mismos.
En la gran mayoría de los casos, especialmente en zonas menos expuestas como La Rioja, es muy posible la existencia de determinados edificios con cierto grado de “aluminosis” que en condiciones normales no presentan patologías graves ni suponen peligro al no comprometerse la integridad estructural de los mismos, pero que ante determinadas circunstancias como obras que aumenten el peso soportado por dichos forjados, la colocación de andamiajes, o inundaciones provocadas por la obstrucción de desagües, etc., pueden llegar a comprometer su integridad estructural y provocar derrumbes. Del mismo modo, la no correcta conservación y subsanación de este tipo de patologías puede acarrear problemas a futuro.
Por ello, como técnico planteo la recomendación a las diferentes administraciones locales, de la exigencia de informes complementarios realizados por técnicos especializados antes de acometer actuaciones que puedan comprometer la integridad estructural de un edificio susceptible de padecer cierto grado de degradación estructural. Para ello, sería recomendable la elaboración de inventarios que determinen el grado de susceptibilidad de los diferentes edificios en función de sus antecedentes en este tipo de patologías, así como las diferentes tipologías y antigüedad de construcción que los haga más susceptibles de contener elementos aluminosos en sus estructuras.