Hay quien ve antagónicos conceptos como el capitalismo y la colaboración. Por esta razón, hace años muchas personas vieron en el surgimiento de la economía colaborativa la vía para acabar con el sistema capitalista. Pensaron que si cada cual trabajaba para otros a través de plataformas colaborativas, acabarían con los intermediarios y, por tanto, se desprenderían de la losa del empresario. Sin embargo, plataformas como Airbnb o Uber no solo no han hecho desaparecer las empresas, sino que se han convertido, irónicamente, en los estandartes del capitalismo más salvaje.
En primer lugar, aceptemos una obviedad: el mercado es competitivo, frío, y en él las personas se mueven por mero interés económico. La empresa, además, es en general jerárquica y exigente. Los trabajadores, en algunos casos, desarrollan tareas extenuantes y repetitivas que, en terminología marxista, alienan al trabajador, quien no es capaz de ver con claridad los resultados positivos de sus acciones.
Pero, cierto eso, cada empresa es en sí una institución donde decenas o cientos de personas trabajan en colaboración para sacar adelante un objetivo común: ofrecer un bien o un servicio determinado para el resto de la sociedad. Cada pequeña labor individual es parte de un proyecto institucional, cuyo destino afecta a todos, ya sea para conservar sus empleos o mejorar los salarios.
Por tanto, la terminología economía colaborativa es una redundancia. No existe economía moderna que no se base en la colaboración. Otra cuestión -la que de verdad trae de cabeza a todo anticapitalista-, es quién compra la maquinaria que hace más eficiente al trabajador, quién prescinde de su dinero durante una larga temporada para recuperarlo, con suerte, año tras año, afrontando la incertidumbre del mercado, sin saber si atraerá clientes o si lo hará mejor que el resto de sus competidores.
Y esa cuestión, que da origen a la figura del capitalista, no puede bordearse con la llegada de la denominada “economía colaborativa”, porque para hacer eficiente el proceso de conexión en tiempo real entre un conductor profesional y un viajero, o entre un huésped y una familia que alquila una habitación de su apartamento, no basta con una lista de números en Excel. Hacen falta una serie de medios, o plataformas “colaborativas”, que requieren arriesgar grandes sumas de capital.