Si Sartre defendía que la existencia es lo que precede a la esencia de las personas, estos días en el juicio del 14N estamos asistiendo a una nueva corriente filosófica: la esencia como culpable de la existencia.
Más allá de que los hechos imputados sean o no demostrables, de que las penas solicitadas sean o no desmedidas, de que el retraso del juicio sea (aquí no cabe la negación) excesivo, lo que está resultando evidente es que este proceso esconde detrás varias lecturas.
Las declaraciones de los policías han evidenciado estos días que, en Logroño, hay personas señaladas aunque nunca hayan cometido delito alguno. Así lo aclaró el comisario Beneite cuando dijo conocer a Jorge Merino por su asistencia a manifestaciones, aunque nunca hubiera sido detenido, o cuando afirmó que en la manifestación del 14N iba en la cola el grupo de CNT y detrás de ellos otro grupo de “personas normales”, calificando como violentos a todos los que se manifestaban bajo esas siglas.
Así se ha evidenciado también cuando una policía de paisano ha declarado que sintió que peligraba su vida en aquellos incidentes y que, literalmente, le temblaban las piernas. Tal vez estaría bien que alguien que quiera bien a esta persona le recuerde a lo que se dedica. Cuesta sentirse protegido por una agente a la que le tiemblan las piernas y se queda “impactada” cuando un manifestante le hace un gesto amenazante. Cuesta imaginar cómo se tendría en pie esta policía en caso de tener que enfrentarse a un asesino, algo que, según el oficio que ha elegido, podría suceder en algún momento de su carrera.
Varios de los testimonios policiales se han centrado en todo momento en criminalizar al conjunto, a todo el que, en un momento u otro de la marcha, se vio envuelto en este grupo de banderas rojas y negras, calificando esa esencia del todo, del conjunto señalado, como violenta, agresiva y organizada y olvidando, eso sí, que se está juzgando a dos personas, concretas e individuales, por hechos muy precisos.
Si el juicio se hubiera señalado para decidir si hubo o no manifestantes violentos, estas declaraciones resultarían de gran utilidad. Cuando se trata en cambio de determinar si Jorge alentó a las masas para adoptar una actitud violenta y si Pablo lanzó una piedra a un agente y atacó con una pancarta a otro, ese señalamiento global a una supuesta esencia del grupo viene a ser únicamente una forma de condenar de antemano la existencia de dos personas.
Aquel día hubo acciones violentas, hubo quien lanzó objetos, hubo insultos de lo más agresivo, hubo cargas policiales, hubo tensión y hubo también incluso quienes se encargaron de llamar reiteradamente a la calma. Hubo un terrible contexto del que una suerte de pinza gigante extrajo a tres culpables, los obligó a padecer un sistema injusto que condena a culpables e inocentes a esperar durante años un veredicto y los sienta ahora en el banquillo para que defiendan su inocencia tratando de desmontar con vídeos y testigos las acusaciones de la policía.
Son ellos los que se enfrentan a penas de prisión pero son muchos más los que son juzgados.