Rubén Ladrera Fernández. Profesor de Biología y Geología del IES Comercio y Profesor Asociado de Didáctica de las Ciencias Experimentales de la Universidad de La Rioja.
La comunidad científica nos recuerda estos días la evidente relación entre la degradación ambiental del planeta y el desarrollo de pandemias como la que vivimos en la actualidad. La creciente presión humana y la consecuente alteración de amplias regiones geográficas reduce el efecto protector de la naturaleza y favorece el contacto entre animales salvajes, domésticos y humanos, aumentando el riesgo de transmisión de microorganismos patógenos. Este hecho venía siendo advertido por la ciencia en los últimos años, tal y como se viene avisando de las consecuencias del cambio climático o de la degradación de los ecosistemas acuáticos. Sin embargo, la ciencia no suele considerarse en la toma de decisiones políticas y en menor medida si a través de sus estudios evidencia la necesidad de cambiar nuestro insostenible modelo de sociedad.
Pero la degradación ambiental ha alcanzado tal nivel en el planeta que se hace más necesario que nunca atender las evidencias científicas, también en el campo ambiental, y actuar en consecuencia. Para ello, urge generar cambios de actitudes en la ciudadanía, y en este punto, la educación obligatoria y formal, la que se trabaja en las aulas de primaria y secundaria, debe jugar un papel clave. Esta educación adquiere un valor especial por ir dirigida a las jóvenes generaciones, que se encuentran en las etapas formativas y sobre las que recaerá la toma de decisiones, a nivel individual y colectivo, en el futuro. Y en ese punto, el profesorado no puede mirar hacia otro lado. La comunidad docente debe ser capaz de comprender la situación de emergencia ambiental y actuar en consecuencia.
Sin embargo, no parece que esta emergencia ambiental se esté poniendo encima de la mesa. Ante la actual crisis sanitaria, el profesorado se ha lanzado a una carrera por ver quien utiliza los medios tecnológicos más modernos para continuar con las materias. Con una gran vocación y esfuerzo, dedicamos horas interminables para generar contenidos y actividades, corregir tareas, responder emails constantes o desarrollar clases virtuales con tantas plataformas como podamos. Pero apenas reflexionamos sobre lo que está ocurriendo, huimos hacia adelante, pero no generamos procesos de reflexión colectiva, necesarios ante cualquier transformación social tan profunda como la actual. Seguimos apostando, ahora virtualmente, por un modelo educativo cargado de tareas y contenidos.
Se dice que esta situación constituirá un punto de inflexión en la educación formal. El profesorado será experto en nuevas tecnologías, aunque parece evidente que este no es el punto de inflexión del sistema educativo que necesita el planeta, ni la mayoría de seres humanos que habitamos en él. El planeta necesita que la comunidad educativa respire, reflexione y debata en torno a la necesidad de crear una población más comprometida, crítica y sostenible. Pero esta reflexión y transformación es mucho más compleja que la tecnológica que estamos viviendo, tanto para el profesorado, como para la ciudadanía en general.
A pesar de la situación actual, la ciudadanía sigue considerándose intocable como especie, fundamentalmente quienes vivimos en determinadas regiones del planeta y tenemos una cómoda situación económica. Pensamos en actuaciones puntuales que nos permitan superar la pandemia actual alterando lo mínimo posible nuestras formas de vida. Pensamos a corto plazo, pero no sobre la raíz del problema, porque eso haría plantearnos nuestro statu quo. Parece que la ciudadanía desea volver rápidamente a la “normalidad”, con frecuentes viajes a lugares remotos, compra constante de ropa, dietas basadas en ingentes cantidades de carne y productos lejanos, o una movilidad dependiente de combustibles fósiles. Y claro, educar para transformar, implica renunciar a todas estas necesidades creadas, y quizá la sociedad no esté dispuesta a ello.
Pero ojo, la ciencia nos sigue recordando cada día que hemos llegado al límite y la pandemia actual representa la última evidencia. Por ello, sería irresponsable que las nuevas legislaciones educativas y la comunidad docente no se adapten a la realidad y que esta situación actual no sirva de punto de inflexión en este sentido. Necesitamos más que nunca una alfabetización científica del alumnado. Una alfabetización que permita comprender el funcionamiento ecológico del planeta y las consecuencias ambientales de nuestras formas de vida, con el objetivo último de generar una sociedad transformadora, crítica y sostenible. Y en ese punto, no podemos olvidar la formación del futuro profesorado, quien jugará un papel determinante en la transformación educativa y en cuya formación universitaria resulta igualmente necesario reforzar y ampliar los aspectos citados. En definitiva, se antoja imprescindible dar más peso a una verdadera educación ecosocial, profunda y crítica, en todas las etapas formativas. Debemos enseñar para conocer y transformar. No hacerlo, sería egoísta e irresponsable.